martes, 24 de febrero de 2009

Vergüenza

Acabo de terminar de leer la trilogía de Primo Levi sobre Auschwitz, tres obras que versan sobre sus vivencias y reflexiones cuando estuvo allí como preso judío. Me ha hecho pensar sobre la maldad, la inconsciencia y la lucha del hombre por seguir siendo hombre. Y esta entrada responde a las conclusiones a las que he llegado, no porque yo haya vivido esta situación sino porque no quiero que se repita, no tiene sentido que el hombre sea un lobo para el hombre y lo despedace, lo destruya, lo haga simplemente nada. He sentido una pena intensa saber que lo de menos era que te gasearan e incineraran, lo peor, sin duda, era que los destrozaban antes, los dejaban insensibles, opacos, vacíos. La mejor suerte en aquellos momentos era morirse sin más, no pasar por el escarnio público de la desnudez para la selección, ni por los golpes y maltratos, ni siquiera el hambre absoluta que les proporcionaba sueños de nostalgia, de melancolía y de una pena absoluta. Pensé que si alguien quería dejar al hombre sin sus cualidades que lo hacen ser tal, nunca lo haría tan bien y de forma tan metódica como los que participaron en aquella masacre, en aquella hecatombre, en aquel sin sentido. Y me quedo perpleja cuando Levi dice que se siente culpable: culpable de no intentar que sus compañeros de barracón, de litera o de trabajo se agarrasen a su condición humana y no sucumbiesen ante tales vejaciones, porque él, si no hubiese tenido suerte y algunas personas en esa vida que nunca podría olvidar, no hubiera sobrevivido. La incomunicación privó a muchos de ese pequeño enganche a la vida que queda cuando ya no queda nada. Si él se sintió culpable, ¿qué debemos sentir nosotros que permitimos que se sucedan tantas y tantas injusticias en este mundo? ¿y cuando privamos de ayuda? ¿y cuando no consolamos, no amamos, no acompañamos? Él al fin y al cabo estuvo sometido al maldito yugo de la miseria que poseía el "vencedor" , pero ¿y nosotros? ¿qué excusas tenemos?
Definitivamente, me ha abierto aún más la conciencia social y humana que desde siempre intenté cultivar. No tengo derecho a quejarme, la vida que me ha tocado en suerte es de agradecer. Y si pudiera, si lo tuviera cerca ( pero ya no es posible, porque dicen que murió por suicidio), sólo le abrazaría: en sus páginas descubrí que lo que más necesitaba en aquellos momentos era un abrazo cálido y unas palabras de aliento.
Siento vergüenza de lo que nos pasa por egoísmo, intolerancia, maldad...Siento vergüenza sólo de pensar que puedo poseer esa capacidad de llevar al hombre a su destrucción sin hacer nada por evitarlo.

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