martes, 13 de enero de 2009

Un día de frío.

Llueve. Caen gotas heladas en las caras semiocultas de los viandantes, les deja helados los corazones, corren a una cita que no tienen o quizás, van al refugio seguro de su tibio hogar. Yo les veo encogidos, como plegados bajo sus abrigos, con las caras rojizas por el frío y la mirada torva, y percibo un frío que no puedo sentir porque estoy a cubierto. Sin embargo, parece que voy con la misma rapidez que ellos, incluso si me paro a escuchar, oigo hasta mis pasos en la acera.
No tengo prisa y no obstante, corro con ellos.
Así en la vida, que corremos hacia un sitio indefinido con un paso sigilosamente silencioso.

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