Sin darnos cuenta algunas personas entran en nuestra vida a la par, una por la puerta grande, haciendo aspavientos para que se note que está aquí, como una fiesta continua; la otra silenciosa, ganándote con cada cariño, con cada ternura, con cada detalle y, sin embargo, volvemos curiosamente la vista hacia la de los fuegos artificiales, se arriesga todo y se pierde, pero se vive con una intensidad que no podemos cuantificar porque no hay forma de medirla, se convirtió en una droga que sólo puede desintoxicarse con llantos. Mientras tanto, la otra persona espera callada, prestando el hombro para llorar y las manos para acariciar, como pausa tras terremoto, dando lo que es por hacerte encontrar lo que eres. Permanece expectante, mientras la tormenta arrecia, o mejor, haciendo que arrecie, contando tus lágrimas y acuñándolas en su alma. Pero como todo en esta vida, las catástrofes sentimentales llegan a su fin y la emoción y el riesgo dan paso a la calma.
Y sigue estando ahí, sacándole brillo a las sonrisas y abrazándote hasta que la emoción se torna puro amor.
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